Hay un problema conmigo

HAY UN PROBLEMA CONMIGO

 

 

 

Verdaderamente, debo admitir

que hay un problema conmigo.

No sé bien cuál es, ni sé por qué.

Trato de dilucidar la cuestión

sin éxito y sin fracaso.

No existe una respuesta prematura.

Hay un problema conmigo.

Una molestia visible y embarazosa.

Mis amigos son corteses, pero me evaden.

Mis enemigos son infames, aunque me adulen.

Los lerdos me envidian.

Los extraños no me reconocen y crepitan.

Está todo bien, y de repente,

oigo el cuerno de De Vigny,

“En la tarde, desde el fondo del bosque”

y el cuerno se vuelve papel picado,

mascarada bajo la lluvia,

precio,

deprecio,

aprecio

superficial y agudo

queriendo advertirme que no hay retumbos

ni perversión ni desventura,

tan solo una existencia penosa

en la que hay un problema conmigo.

Los candados no cierran a la hora indicada

y la celda que ocupo se torna pegajosa.

Los relojes aparentan atrasar en su rauda carrera.

El teléfono suena como una alarma seca

y los grilletes de los regimientos

parlamentan desde una distante verbosidad

armoniosa, profunda, enajenada,

como si fuera yo un rey sabio o una idiota rimbombante.

Nadie es natural, naturalmente,

con los viejos desdichados ni con las eminencias.

La atmósfera se ha enrarecido

con lecciones de gramática

en quemadores de alcohol,

y ventas al menudeo

de abundantes autores de poemas,

de estética consagrada

hasta la desesperación.

Odio los timbres, las locomotoras,

los discursos presidenciales

en cadena nacional

y los premios arreglados.

Odio el temblor de los enfermos

y la felicidad de los ingenuos.

Hay un problema conmigo:

un caballero me ama sorda,

inconsolablemente.

Va soltando pétalos en un valle de cristal

igual que un águila herida,

desangrándose

semejante a un trapero de pasiones.

Mi indiferencia lo abate y entristece.

Nada puedo hacer.

Porque no sé si les dije:

Hay un problema insoluble conmigo.

Hay un vacío que no admito subsidiar.

En la soledad aguanto y discurro.

Hay una sombra

que se persigna irreverente ante mi cuerpo

con las alas rotas y la lengua balbuciente

de los neuróticos convulsos.

Hay un pedido de auxilio evanescente

que parte mi cabeza en cuatro,

cada dos por tres,

cuando el hombre de los mil pétalos

me bautiza y me reclama

y no estoy para él

puesto que exige mi manumisión.

Hay un problema conmigo.

Hay un problema

que no muestra pretexto ni escapatoria.

Hay un problema conmigo.

Lucía Folino.

(8-09-12)

Publicado en VENAS AL MENUDEO.

 

 

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