El indiscutible Jack Vettriano
Se produjo un caos aquí en la gran ciudad.
Los constructores de historias perdieron credibilidad y respeto, y entraron en huelga indefinida.
-Nosotros somos mano de obra barata- decían. Producimos tanto y tan bien. Hasta las tonterías que los políticos recitan y utilizan con frecuencia para enriquecerse son de nuestra excelsa pluma. Cualquiera se cree con derecho a asegurar que nuestras ideas son suyas sin pagar un cobre, a plagiar alevosamente y después burlarse de nuestros magros ingresos y nuestra vida suburbana.
En la junta previa se juzgó prudente negarse a contar y escribir como medida de fuerza hasta obtener un trato digno, igual que maestros, camioneros, empleados de tienda o médicos.
Al principio, nadie notó la falta de creatividad. Había mucha obra en anales de almacenamiento; las bibliotecas desbordaban de libros, videos, películas, discos.
Sin embargo, al poco tiempo, los teatros dejaron de vender entradas porque los actores apoyaban a los autores originales, en silencio, hartos de repetir “Ser o no ser, esa es la cuestión” y no se presentaban a escena, y a los humoristas los silbaban porque todos conocían de antemano los remates de los chistes.
Los profesores que antes adoraban a Cervantes, a Goethe, a Freud, a Marx, esperaban ansiosos las novedades, inútilmente. Las clases se volvieron repetitivas y densas sin sus habituales matices.
Los poetas se solidarizaron con los constructores de historias y empezaron a emplearse como camareros, peluqueras y dependientes de hotel dejando de hacer versos de amor, de alabanza y de melancolía. Así fue como se dieron cuenta de que su tristeza congénita se evaporaba cuando cobraban el salario mensual ahora que podían comprar zapatillas nuevas y comenzaron a olvidarse los trajes de las Musas en el perchero de los bares.
Las familias tenían poco o nada que comunicarse por falta de actualidad en los diarios. Apenas un saludo matutino de “buen día, ¿galletitas o tostadas?” Se acabaron los “¿viste lo que le pasó a Fulanita? o un “qué barbaridad lo que hizo Mengueche” que daba tema de conversación, sorpresa y risas durante largo rato.
Los automovilistas se quejaban porque las multas automáticas los acorralaban y no había quien presentara un recurso de amparo. Los abogados son los mayores constructores de historias para defender a sus clientes y, tal vez por eso, se transformaron desde el primer día en delegados de los reclamantes abandonando sus litigios profesionales.
Los circos seguían con sus acróbatas, sus luces de colores y sus cabriolas pero los payasos se negaron a trabajar sin estreno de guiones. Las cachetadas aburrían al público y los tigres venían cada vez más mansos, para colmo, los ecologistas no estaban en la puerta con pancartas contra el maltrato animal.
Ver jugar al fútbol sin comentaristas era lo mismo que ver un partido de ajedrez sin conocer las reglas.
Las parejas se amaban como siempre, pero un poco después de la lujuria no había nada que decir excepto que los narradores estaban en paro y que había que hacer algo para salvar a la humanidad del tedio.
Un día llegó un dios a la Iglesia, que estaba semivacía porque sus homilías eran idénticas en todas las religiones imaginables, sin parábolas, ni sabiduría ni metáforas agradables sobre la vida y la muerte, la trascendencia del alma o la discusión sobre el sexo de los ángeles.
El señor Dios pidió la palabra en el púlpito, pero un ejército de guardaespaldas de los constructores de historias le advirtió las consecuencias de ser un rompehuelgas. Él no se inmutó, y con una dulzura poco habitual abrió su cartera, extrajo varios billetes y se los ofreció. Sin hablar derribó los prejuicios instalados. Luego pidió charlar con el delegado mayor. Estuvieron reunidos horas, días, semanas, pero no lograban acordar nada en concreto.
La preocupación crecía a cada instante. El cielo se cuajó de nubarrones grises.
Algunas mujeres estaban muy molestas pensando que algo malo tramaban a sus espaldas, así que una vocera propuso entrar al recinto secreto bajo pena de abstención sexual de la comunidad en lo futuro si no la dejaban pasar. Todas aplaudieron la idea.
Como era previsible los guardianes le permitieron la entrada a la sala de negociaciones, de inmediato, tras oír la advertencia.
Cuando se esparció el humo blanco, los integrantes de la reunión salieron eufóricos a dar su comunicado final:
- El abogado que oficiaba de delegado pasaría a llamarse Pere y en representación de los constructores de historias les iba a explicar las conclusiones con detalle, a través de un código que redactaría a la mayor brevedad posible. el dios le iba a otorgar el paraíso y a una bella dama que lo atendiese y diese hijos inteligentes y valerosos a quienes educaría según el mandato divino.
- Los constructores de historias serían los encargados de difundir las leyes y relatos; podrían transcribir sus testamentos, biblias sagradas y apócrifas, coranes e inventar todo lo que su imaginación les dictase, en el idioma que quisieran, siempre y cuando olvidaran el pasado y enterraran los antecedentes históricos a buen resguardo de investigadores oportunistas. El pago iba a ser ejemplar en divisas y honores y la credibilidad en sus dictámenes iba a ser restaurada el año del Apocalipsis que fue fijado para el 2020.
- La mujer se llamaría Antela y aceptaría que en el cuento se dijera que había nacido de una costilla de varón. A cambio recibiría un pago excepcional –que todavía permanece oculto a la comidilla-. Las otras mujeres curiosas la interpelaron para saber cuál sería ese pago misterioso. El dios posó sus ojos en la intrépida mujer que logró el consenso definitivo entre Pere y el dios y con una mirada fulminante y conminatoria para que no revelara el don de la sabiduría respondió: “el tesoro que toda mujer lleva en sus entrañas” y la gran Ciudad festejó sin mayor requerimiento.
Esta es la breve historia del caos. El problema es que se acerca el año 2020 y no encuentran a Eva Miriam García por ninguna parte. Nadie supo nunca cómo logró convencer al doctor Adán De la Frontera, al señor Dios y los rehenes del poder y el capricho, para que depusieran las armas y que cada cual se dedicara a regar su jardincito.