Obra social
En un remoto sitio de la imaginación
se alojan las ideas propias,
las precursoras,
las que cambiarán el mundo de raíz.
Millones de personas
las reproducen y habitan.
Cuentapalabras.
La creación verídica
asusta al más pintado.
Por eso,
cuando una idea exagerada irrumpe,
debemos suavizarla
pensando en el francés
que habló de domesticar al zorro.
Domesticar ideas no es distinto.
Significa quitarles su aire.
Amaestrarlas. Que se esfume
su vuelo vergonzoso
y la mirada poética del caos.
Hacerla callejera, predecible,
con un rasgo apenas peculiar,
innovadora,
para que aletee
original, auténtica y etérea.
He blasfemado tantas veces
contra los corruptos salteadores del camino,
que tratan de corromper los sutiles caireles
de la poesía moderna.
Y sin embargo, aceptémoslo:
La transgresión tiene sus límites.
Ahora, me toca autorizar los bonos
de la Obra Social de los poetas pobres,
y sujetarme al turno,
a los saludos forzados
de la señorita que atiende;
extender la mano a los desconocidos,
y que dedos y metacarpio sonrían
para ser alguien más en el vacío,
que respeta latiguillos decadentes,
como si fuera fácil,
y nunca hubiera pasado nada,
mientras del lado opuesto del mostrador
nos espetan:
«Es lo que hay»
y a resignarse.
En la era de la digitalización y los trámites virtuales, este poema y REINCIDENCIAS, quedarán como testigos de la burocracia que se vivió hasta la primera década del siglo XXI.