Éufrates, el hombre que regresó al mundo de los vivos porque fue matado por equivocación, según él mismo dijo, narraba la siguiente historia:
“El sumerio, lengua que floreció en Irak y del que se encontraron los primeros manuscritos hace seis mil años, era el idioma oficial del cielo que dominaban todos los muertos hasta que la costumbre cayó por el uso y hoy se habla papiamento (un dialecto de español, inglés, holandés y de aborígenes americanos).
El aprendizaje demora unos veintisiete días.
Los extranjeros llegan a un aula con vista a la estrella X345.823 que está
apagada pero tiene buena luz. El ambiente de estudios es agradable.”
Éufrates que entonces tenía 25 años, anotó en su diario cada detalle para poder recordarlo porque siempre le gustó rememorar cuentos increíbles.
Además, él sabía que tenía turno para regresar a su país y no quería desaprovechar la oportunidad de tratar con algunos de los personajes que allí había y además, porque las salas de espera siempre son aburridísimas.
El director del lugar era Sir William Shakespeare, quien insistía en que lo llamaran Willy, porque decía que los títulos honoríficos son basura terrenal en el sagrado espacio ulterior.
Lo primero que tuvo que aprender a leer y traducir fueron algunos papiros egipcios, unas tablillas de arcilla de la Mesopotamia (coincidencias de los tiempos, porque el nombre del relator es uno de los ríos que la rodea), El libro de los Muertos, del año 1800 antes de Cristo, que entre paréntesis era uno de los mejores alumnos (no tenía privilegios pese a que su padre según dicen, es el dueño de las instalaciones) y La República de Cicerón.
Después, le enseñaron la gramática y la escritura del sumerio, pero eso era por cuestiones culturales, según comentó el profesor honorífico Albert Einstein, cariñosamente llamado El pelado despeinado.
Al final hicieron prácticas de taller en el papiamento propiamente dicho y se abocaron a los avances de la revolución tecnológica por computadoras.
El narrador se destacó mucho, porque había sido analista de sistemas en una ciudad cercana a Amsterdam, cuyo nombre no recuerdo.
Un señor de apellido Gutenberg era el ayudante de la clase. Parecía algo irritado porque el profesor era un chico de 12 años a quien todos respetaban como a un gran maestro.
También había mujeres entre los alumnos y educadores pero aunque siempre tenían las mejores calificaciones y trabajaban más horas de lo corriente, nadie hablaba de ellas. Solamente las mirábamos –solía decir el contador- porque todas eran hermosas y no sabíamos por qué, ya que había jóvenes y señoras mayores, rubias y morenas, altas y bajas, gordas y flacas. Eso es algo que no puedo entender todavía, comentaba.
Cuando Éufrates regresó al planeta, en el rayo eléctrico que lo trajo de vuelta, Irak estaba siendo saqueada, mil quinientos incunables habían desaparecido por robos y los patrimonios universales estaban en riesgo.
Sintió una profunda tristeza y cayó en una tal honda depresión, que lo llevó a vagar por los países sin rumbo fijo como un vagabundo.
Lo hallamos con la vista fija en el mar azul de Aruba, varios años después.
Había olvidado todo y solo hablaba el dialecto de la isla.
Encontramos su diario de aventuras del más allá en el fondo de un viejo baúl destartalado.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...