El legado del tío Augusto

 

 

 

 

Cuando nuestro tío Augusto murió y el escribano leyó  su testamento la sorpresa fue grande.

A Rosalía, mi hermana mayor que es dentista, le dio en herencia su inmensa mansión en Las Lomas de San Isidro con sus hermosos muebles y sus 40.000 libros. A mí, que no tenía donde caerme muerto, una caja con seis volúmenes sin valor de reventa: Una Biblia, un Ivanhoe,  Juliette o Las prosperidades del vicio, una antología poética, los relatos de Sherlock Holmes, y un librito de autoayuda de autor desconocido.

Furioso como estaba por la decisión olvidé la caja en un ropero y me dediqué a gastar mis pocos ahorros en bebidas.

Una noche en la que no podía dormir, dos meses después de aquel suceso,  en el cuarto de mi pensión, abrí el paquete con un cuchillo Tramontina y comencé a leer ávidamente, como poseído,  sin salir de ese antro durante una semana.  La dueña del hostal tocaba la puerta y como apenas le respondía con gemidos y suspiros, se dio cuenta de mi estado de desesperación. A la hora de la cena me alcanzaba una taza de caldo y un huevo hervido. Una buena señora.

Yo no dejaba de leer. Al principio por curiosidad, después por deleite. Puro deleite. Algo tendría que querer significar la lectura de esas obras. Al final, terminados los cinco libros que les mencioné y a falta de nada mejor emprendí mi viaje al detestable título de  Cómo hacerse rico en minutos, pensando en mi hermana y en su egoísmo tras no aceptar desprenderse de la fastuosa casa para compartirla conmigo. No ignorarán los lectores qué quiere decir ese gancho publicitario en los mamotretos de consumo masivo, destinado a ser abono sanitario. Y ahí  tuve la respuesta a mi disgusto y un sobresalto que todavía me dura.

Dentro del papel impreso, por denominarlo de algún modo, había una carta manuscrita con la clara letra de mi tío, que me apresuré a abrir con una mueca de burla hacia su insignificante legado.

La carta decía:

Hijo mío: Si has llegado hasta aquí y estimo que leído los libros que te dejé sabrás que como siempre te he dicho la lectura enriquece a las personas. Albricias. Lo ha hecho otra vez. En el Banco Santander de la esquina del nuevo hogar de tu hermana hay una cuenta a tu nombre y el mío.  Hoy  es solo tuya: Los 3.000.000 de euros los podrás usar como mejor te plazca.  Sé que lo harás bien porque tienes las herramientas para no caer en avaricia ni en prodigalidades injustas.  Te has convertido en un amante de la literatura. Esta es la última lección que quise darte. Nunca subestimes la inteligencia e imaginación de los mayores.


PD: Un último cargo al que no te podrás negar: Pídele a Rosalita que te venda la biblioteca.  No demores. Seguramente ya la habrá hecho tasar y va a desprenderse de ella lo antes posible puesto que ocupa dos cuartos grandes que necesitará para su consultorio odontológico, y aunque te exigiera el doble de su mejor oferta harías un excelente negocio. Hay rarezas y ejemplares antiguos sumamente onerosos que deben seguir bajo la custodia familiar. Sé que ahora tendrás donde cobijarlos del deterioro y el amor suficiente para hacerlo. 
Te amo, tu padre.

abandonado

7 pensamientos en “El legado del tío Augusto

    • Muchas gracias. Este relato les gusta mucho a quienes igual que tú, aman la lectura y sus beneficios colaterales, ja ja ja. Otro abrazo.

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  1. Un gran ejemplo le dio, me encanta eso de que leyera los libros y fuera premiado con esa sorpresa tan merecida y seguro que valorada. Él lo conocía y sabía que iba a llegar hasta el final. Grande, te felicito sinceramente. Besos a tu alma.

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